domingo, 28 de noviembre de 2010

La gorda lombarda



Qué gorda es la Lombarda, María Lombarda es una mujer enorme parada al filo del ventanal, con los brazos abiertos como enormes alas de avión, un avión con tantos pasajeros, avión que se debate entre las turbulencias de los aires cálidos del mar. Lombarda no teme caer por el voladero, cierra sus ojos, respira hondo, extiende sus manos, aprieta sus ojos para venirse sin medidas.

Lombarda es una señorita de las de antes, sentadita en su silla giratoria en las oficinas del ministro. Contenta todas las mañanas, se prepara un café negro sin azúcar y desde la cocina del despacho del patrón, camina con una sonrisita. Contoneando su cuerpo con ligeros brincos al caminar, sus senos tiemblan como edificios a punto de colapsar. Por fin, cuando llegaba a su escritorio se daba media vuelta para sentarse, una vuelta más sentada en esa silla y levantando ligeras las piernas parecía una chiquilla en voladera.

─Sí, bueno, despacho del ministro Pereyra, buen día. Le atiende la señorita María Lombarda, en qué le puedo servir ─decía la gordinflona al teléfono con voz aflautada y torciendo la boca al terminar de saludar.

La jornada era larga, nada importante sucedía en esa oficina en la que por largos periodos, solo el aleteo de las moscas se lograba escuchar. También las respiraciones de las demás secretarias, una orquesta de suspiros. Pero, al salir de ese infértil lugar sucedía lo que a todo el mundo le interesa saber de las otras personas ¿Qué hay delante de sus pasos?

Lombarda era una mujer deliberada, hacia bromas de las que nadie se reía. Su risa falsa era estruendosa, gorda y fastidiosa, quién la puede aguantar.
Al llegar al edificio donde estaba su departamento expresaba un cierto penar, pues vivía sola la señorita. Lombarda tenía que subir hasta el cuarto piso para llegar a un largo pasillo donde al fondo de este se encontraba su hogar. Al entrar arrojaba las zapatillas golpeándolas con furia contra las paredes, se sacaba el sostén y lo arrojaba sobre los sillones que repletos de ropa, semejaban montanas de obra surrealista.
Todas las noches nuestra amiguita se daba su rutinaria ducha, tenía la costumbre o más bien la manía de dejar las cortinas abiertas de su habitación, unas cortinas decoradas con flores rosadas, largas telas como un telón para un bello espectáculo. Se desnudaba de forma lenta, como acariciando cada prenda de la cual se despojaba. Acomodaba las almohadas en fila en el centro de la cama, se imaginaba el cuerpo desnudo de un hombre fuerte y apuesto que esperándola como solo un hombre de verdad espera a una mujer para joderla. La mujer se ruborizaba de pensar semejante escena.
Estando desnuda, la Lombarda se acercaba como una gata a la cama con los senos colgados, coronados con un oscuro pezón que respingados delataban su estado demencial. Estando como una bestia sobre la cama abría sus piernas, se colocaba sobre las almohadas y brincaba una y otra vez con fuerza aplastando con sus nalgas las blancas almohadas de su lecho. Ha, creyendo que era un hombre.
Después de esta operación la gorda se fastidiaba, no se corría. Se levantaba un tanto melancólica, con los ojos húmedos sentada frente a la ventana, perdía su mirada entre los edificios contiguos. La luz de la luna lograba entrar a la habitación, iluminaba su cuerpo atiburrado de lípidos y un sentimiento de vacío que la abrazaba. Lombarda era un romántica. Pero, una pulsión entusiasta le hiso ponerse de pie. Dando un brinco con una sonrisa se incorporó, tomaba su bata y se envolvía con ella directo al cuarto de baño. Oh, pero antes ponía jazz en la oscuridad. De sus tiliches un disco de Dizzie Gellispie sacó y mirándolo como si este fuera un gran tesoro, puso dicho objeto en el reproductor dispuesta a ducharse e irse a dormir.
Se quitaba la bata una vez más, desnuda con el pubis despeinado, se rascaba las nalgas, tomaba un trozo de papel higiénico y se limpiaba prodigiosamente el culo, escupía el papel con el que efectuaba esta operación y volvía a repetirla con más atención. De forma posterior, tomaba un poco de crema de coco entre sus dedos y se lubricaba gozosa el culito y como tenía las unas largas se limitaba a inmolarse por ese orificio, aunque ese deseo reinaba triunfante en sus delirios. Después de su limpieza anal, chascaba la boca como señal de intriga y llenaba un bacín con agua. Ponía el recipiente sobre la tapadera de peluche rojo del escusado y colocándose abierta de piernas sobre el bacín, su cuerpo se estremecía por terror al agua. Se mojaba con golpeteos. El jabón de magnifica espuma hacia los bordes de su vagina, dichosa y coquetona. Con sus dedos tallaba y tallaba logrando una espuma consistente, rosada espuma de sensaciones. Mientras Lombarda se deleitaba con su ducha intima, tarareaba "Europa" que se escuchaba de fondo. Cuando tenía el chocho bien limpio, seguía con sus axilas que lavaba con la misma agua en la que humedeció su vagina. Mojaba sus axilas con escándalo, salpicando agua por aquí y por allá, enjabonándose y enjuagándose quedaba lista para ir a la cama. Este ritual duraba dos horas, después terminaba fastidiada y con la promesa de ducharse con más rapidez y de cuerpo completo, pero esa promesa no se cumplía.
Sin importarle sus falsas promesas, nuestra bañista orgullosa de sentirse limpia y con las manazas caídas se contoneaba una y otra vez bailando por toda la habitación alrededor de la cama. "Europa" seguía sonando. Pero, entre sus giros dancísticos se percató de un sentimiento de acoso. Siguió bailando con su bata de dormir que era roja y emplumada. Lombarda al acercarse un poco a al enorme ventanal junto a su cama, se percató de unos ojos acusantes. Había un mirón en el edificio contiguo. Solo se lograba ver de este criminal su silueta impositiva muy cerca de la ventana, no se movía. Lombarda sintió miedo, un miedo sorpresivo y su primer instinto le obligó a cerrar de forma repentina las cortinas de su ventana. Un momento de suspenso y "Europa" sonaba.
Como si el segundo acto hubiera terminado y el tercero comenzado, la gorda abrió una vez más esa esplendida cortina rosada, no dejó espacio libre de exhibición. Se paró firme en el centro del ventanal como retando a la figura masculina que se erigía en el edificio de en frente. Lombarda lenta y cadenciosa subió las manos hasta su cintura, desabrochando su ligera bata, la abrió violenta mostrando su frente desnudo. Las enormes tetas se movieron vertiginosas y su abultado vientre temblaba de nervios y deseo. La mujer al verse en ese estado se golpeaba de extraña manera sus muslos celulíticos, como señal de posesión lengüeteaba como demonia. Por fin dejó caer esa bata rojiza y pelucona, se dio la media vuelta para mostrar su espalda y trasero. Se inclinó y con sus manos hábiles abría y cerraba con fuerza sus enormes nalgas de elefante, su espalda de gorila se exponía en su esplendor. María Lombarda era un monstruo enorme, gorda como una cerda y de voraces apetitos sensuales.
La situación comenzó a aligerarse, logrando una confianza criminal en la gorda que en pelotas descaraba sus vacios, su ser vacio, soledad incomprendida. Rápido tuvo que idear otro divertimento para la sombra varonil que tenía como espectadora. Acercó una silla, la puso frente al ventanal, abrió los cristales de las ventanas y dejó entrar el aire frio de la noche. Como pudo, Lombarda subió sus pesadas piernas hasta el barandal del balcón, abrió el compas lo más que pudo para dejar pasar la libidinosa mirada de su espectador. Mostraba descarada el esplendor de su vagina. Seguido de este espectáculo, la mujer introdujo dos de sus dedos al orificio y después los chupaba con disvarío, metía su otra mano a la vagina mientras la otra era presa de su lengua. Así duró un tiempo; pero, el éxtasis no se hiso prolongar. Su cuerpo tembló por tal disparate. Parecia estallar en cientos de pedazos, gritaba como un cerdo directo al matadero, la operación que efectuaba con sus manos se volvió más incesante, cada vez más rápida hasta que las patas de la silla cedieron, entorpeciendo la masturbación de la exhibicionista. Tan fuerte azotó contra el piso en el preciso instante del orgasmo.
Cuando se reincorporó a la escena se percató de que su espectador se había retirado de su ventana. Triste una vez más, sola y su gordura. Limpió todo el desorden que había provocado con sus actos descarados y se introdujo en la cama para dormir.
Al día siguiente llegó a su rutinario trabajo de oficina, en el despacho del ministro. El ministro le ordenó a Lombarda que llevara su presencia hasta él. La mujer hecha un nervio se dirigió hacia la oficina del ministro; pero, antes se retocó los labios de rojo carmesí. Caminó apresurada con su libreta secretarial y su lápiz sobre la oreja. Al llegar a la oficina Lombarda abrió la puerta, asomó la cabeza y le mostró su mejor cara al ministro Pereyra y este, preso de un inveterado impulso erótico, le dijo a la mujer:
─Entra mujer, anda entra.
La mujer lo obedeció con la mejor disposición. Acomodó su falda de línea como muestra de su nerviosismo, se acercó como se le ordenó colocándose frente al sujeto.
─Bájate la falda─ el ministro insistió cambiando su dulce voz por una voz imperante y violenta.
─Perdón señor no entiendo lo que me dice─ respondió nuestra amiga develando su inseguridad.
─Acaso eres una tonta mujer, anda desnuda esa vagina.
La gorda obedeció con timidez, su rostro delataba su falso pudor. Bajó su falda de línea, sus medias y después sus enormes pantaletas. Desnuda y con las lágrimas casi brotándole de los ojos, se tapo el chocho.
─Siéntate en esa silla y mastúrbate, hazlo ahora putilla ─Le ordenó con gritos el ministro Pereyra.
La mujer con rostro abnegado hiso lo que se le ordenó, se masturbó ligeramente levantando sus piernas y poniendo en todo lo alto sus taconcillos.
─Qué pongas más empeño maldita zorra─ el ministro colérico se levantó de su lugar dirigiéndose a grandes pasos hacia su víctima.
La mujer se empeñó más en su empresa y cuando sintió correrse, el ministro pateo con todas sus fuerzas las patas de la silla precipitando a la gorda al suelo. La mujer tirada con el “burrito” maltratado, miró con dulzura los ojos del verdugo. Se levantó lenta y rosando con sus manos la bragueta de su fisgón, respiró como una perra para besar al ministro en los labios.